Freyax

lunes, 26 de diciembre de 2016

Ni un Pelo

Marta siempre se quejaba de lo desagradable que era que Mateo no se afeitase. Le irritaba la piel cuando la rozaba. Una y otra vez le repetía la misma cantinela: "Mateo rasúrate o no voy a dejar que te acerques". Un día Mateo decidió contentarla, cogió la guilette y "ras-ras-ras" se puso a cortar vello hasta dejar su vientre, su pene y sus testículos como los de un recién nacido. Eso le causó tanto placer a Marta que aquella noche descubrió que era multiorgásmica y los vecinos también. Las delgadas paredes que separaban los pisos no eran suficientes para amortiguar los aullidos -más que gemidos- de Marta cuando alcanzaba el clímaxrepetidamente, ni los chasquidos del choque de sus ingles desnudas de pelo cuando Mateo la embestía. Después que aquella noche ya no hubo más vello en lapolla de Mateo. Ni un solo pelo que pudiera irritar la delicada piel de su amada. Las sesiones de sexo "sin pelo" se sucedían entre la pareja casi a diario lo que provocó la envidia de las vecinas y la admiración -contenida eso si- de los vecinos. Envidia y admiración que dejaban traducir en una mirada despectiva de ellas cuando se cruzaban en el portal o ascensor con Marta y en una sonrisa de complicidad de ellos cuando lo hacían con Mateo.

Y todo ello por el simple hecho de tener o tener….pelos.

domingo, 11 de diciembre de 2016

El poder de un culo

Eduardo se enamoró del culo de Eva que sobresalía sutilmente y destacaba de su cuerpo pequeño y compacto. Cada día Eduardo esperaba ver el culo de Eva, al caminar, al sentarse o cuando se inclinaba para recoger alguna cosa. A sus amigos siempre les hacía el mismo comentario: “hay una chica en la oficina con el culo más bonito que podáis imaginar”.  Hasta ese momento había mantenido con ella una relación civilizadamente superficial, gobernada por los gestos que imponía la educación.

Pasaron unas pocas semanas hasta que Eduardo la invitó a cenar y al cine y descubrió que Eva era una agradable compañía. Tenían muchos gustos en común y no tardó en enredarse con su capricho y enamorarse. Eva le correspondió y entonces empezaron a hablar de vivir juntos. Follaron una docena de veces, las justas para constatar que no había diferencias sexuales indeseadas. Eduardo olvidó su primer impulso, su fijación por el culo de Eva. Aquél trasero dejó de ser su objeto y lo tomó como una parte del cuerpo de la mujer por quién sentía afecto.

Eva se mudó al piso de Eduardo. Cumplieron con todas las rutinas, los nuevos arreglos y las caricias. Una noche, después de una larga preparación amorosa, deslizó un dedo entre las nalgas de Eva y encontró el agujero lubricado por las secreciones vaginales que le habían rebosado. Sin pensárselo un momento, la montó por detrás y, lentamente, dejó que su polla penetrara en el apenas resistente ano. Se hundió en él y ella le correspondió. Y jodieron alegremente por el culo.

Sucedió que, en el momento del orgasmo, Eduardo sintió como si la tierra desapareciera bajo sus pies. Tuvo la sensación como si su polla se asomara al vacío.  Tan pronto como el esperma salió de su polla, vio claro todo el esquema. No tenía ningún interés en vivir con esta mujer como si sus vidas fueran gemelas. Todo lo que había deseado era lo que acababa de hacer, follarla por el culo. Pero para llevar a cabo esta pequeña hazaña había tenido que cambiar muchas cosas importantes en su forma de vivir. La distancia que existía entre ellos y que no había percibido porque el impulso sexual se presenta bajo una falsa intimidad, surgió ahora con toda claridad. La complejidad que le había parecido tan enorme se había reducido de inmediato a un simple hecho: que quería estar solo. Y el factor de incertidumbre siguió siendo desesperadamente el mismo.

Pero rechazó inmediatamente lo evidente y continuó la farsa de vivir con ella.

Pronto, ambos presentaron el aspecto de infelicidad apenas simulada que caracteriza a quienes viven juntos por miedo y no por amor. Se convirtieron en la típica pareja. Eva siguió siendo atractiva y amistosa; Eduardo siguió amándola. Pero el sentido de "nostredad" impartido por la falsa valoración de la distancia había desaparecido. Ahora lo suplantaba con un "nosotros" ficticio.


Durante dos años continuaron esta complicidad culpable. Cuanto más tiempo insistían, más servía la función social para remendar el eslabón roto. Para acomodarse a la mentira, decoraron el apartamento, sirvieron los mejores manjares en sus fiestas, fueron al cine juntos y construyeron un lenguaje privado basado en su mutua apreciación de aquellas obras de arte. En resumen, se convirtieron en una atractiva pareja al día.

Pagaron su infelicidad con el fracaso. Tras la histórica noche en que la folló por el culo, Eduardo perdió el incentivo de su deseo por ella. Y cuando decayó su energía, Eva se retiró a su antigua frigidez caracterológica. Si bien gozaban follando, ya no se sentían transportados sino a los reinos más vulgares. Eduardo nunca volvió a follarla por el culo. Eva, cada vez más aburrida, se lio con los movimientos de liberación que empezaban a ponerse de modo con los liberales de izquierda hasta que, tal y como era de prever, conoció a un negro marxista que no se hacía ilusiones con el aspecto más sobresaliente del cuerpo de Eva.

Una tarde ella no se opuso a que la tumbara en un sofá, le levantara la falda y le metiera la polla en su rajahúmeda.

Eduardo se enteró pasados unos meses, no por alguna evidencia externa, sino por los cambios que advirtió en ella. A medida que Eva se alejaba de él, renacía su antigua emoción por ella. Llegó incluso a desearla otra vez, pero sin poner fe en lo que sentía. Una mañana, cuando ella volvió tras haber pasado la noche follando sin parar con cinco fornidos jóvenes partidarios de la libertad, todo lo que Eduardo pudo sentir fue un ataque convulsivo de autocompasión. Eva se fue aquella tarde. Eduardo, dos días después de eso, se emborrachó de cerveza de barril. Había escapado de la trampa que él mismo se había construido. Le costó dos años.

El problema del matrimonio o de cualquier relación de largo recorrido, es que la costumbre fosiliza las dudas hasta anularlas, el temor hace pequeñas las distancias impidiendo su sana oscilación y, como consecuencia, el embrollo se incrementa dada la incapacidad de las personas para mantenerse a la altura de los cambios. El resultado es el agotamiento, con sus trifulcas, treguas temporales, impulsos inútiles de huida y todas las estrategias de una larga guerra impopular.

El papel del sexo sirve, habitualmente, para distorsionar la apreciación de la distancia real entre los componentes de la pareja, de tal modo que ambos pueden sentirse muy cerca cuando, de hecho, su jodienda ha ido separándolos a velocidades asombrosas.


¿Es el agujero algo más que su profundidad? Un coño y una polla pueden actuar recíprocamente, pero ¿puede establecerse una relación entre un hombre y una mujer?


domingo, 20 de noviembre de 2016

Deseos concedidos

Imaginemos a un hombre y una mujer frente a frente, mirándose. Acaban de conocerse y están participando en un juego que consiste en que uno puede pedirle al otro lo que quiera, cualquier cosa que sea posible en las circunstancias en que ellos se encuentran. No es seguro que lo que pidan les vaya a ser concedido, al menos no todo. Imaginemos también que ninguno de los dos va a interpretar ninguna de las peticiones que les sean hechas como algo obsceno u ofensivo, y que ambos pueden decir “no” siempre que quieran. Tampoco ninguno de los dos se molestará si su petición es recibida con una negativa. Hay unas reglas pactadas de antemano y ambos las aceptan.

¡Pide lo que quieras!, quizá te lo conceda…

La frase “no sé qué pedirte” suele ser la más habitual.

¿Miedo, vergüenza, falta de ideas…? Es posible….

Decir “sí” a cierto tipo de propuestas, o pedir ciertas cosas, puede acarrearnos sentimientos como infidelidad, traición, remordimiento, miedo… Incluso aunque haya un deseo claro de aceptar lo que nos piden, o de pedir lo que nos apetece, está el miedo a tener después mala conciencia. Por no hablar de los celos, cuyo fantasma anda siempre vigilante. Aunque nuestro cónyuge esté participando del mismo juego, en la misma sala, y no esté preocupado por lo que hacemos, podemos sentirnos observados, juzgados… Puede que hayamos perdido la capacidad de distinguir lo que es “ético” de lo que nos han dicho que “está bien”, y nos puede el remordimiento, la vergüenza, … Aún en el caso de que las dos personas que están frente a frente hayan decidido libremente participar en ese juego, no es fácil librarse de los condicionamientos. Tengamos en cuenta que mirar a los ojos a una persona que acabamos de conocer y pedirle que nos dé besos por todo el cuerpo (por ejemplo) no es lo habitual, pero puede que sea lo que deseamos realmente. Entonces recurrimos a lo fácil: ocultarnos detrás de la frase “no sé qué pedirte”, esperando que la otra persona tome la iniciativa y nos libere de la responsabilidad de decir las cosas que deseamos y sentimos.

Os propongo que hagáis una lista de lo que le pediríais a vuestra pareja imaginaria, empezando por aquellas cosas que tengan que ver con el sentido del oído, luego con el de la vista, luego con el del olfato, el del gusto y finalmente con el del tacto (que es el más recurrido y el que triunfa).

Si somos un poco elegantes, si actuamos con honestidad, sensibilidad, con un poco de originalidad, sin adoptar poses, sabiendo pedir las cosas, con algo de buen gusto… es casi seguro que la mayor parte de las peticiones serán aceptadas.¿Quién quiere jugar?